En el viaje que hicimos con Walt desde Yerevan a Tbilisi capital de Georgia, viajaba una abuela, bien viejita y de bajos recursos, y como se había completado el mini bus, la sentaron al lado de la puerta, llevaba dos bolsas de mercado entre las piernas, y uno de los pies colgados en el vacío del escalón, así en esa posición todo el viaje, hablaba con una señora que iba al lado mío con quien se conocía, trasmitiendo una serenidad y dulzura nunca vista por mi en persona alguna, con la resignación de aceptar lo que viene, su tono era un bálsamo.
Cuando nos detuvimos para almorzar se retiro a una mesa de material a cierta distancia comiendo de sus propios alimentos que llevaba en las bolsas.
También el conductor tenía el carácter parecido, nada que ver con los tradicionales gruñones que conocemos manejando los omnibus en casi todas partes.
Así ocurrió en el siguiente tramo hasta Ankara que se quejaban de todo, como al dormirme roncaba me despertaban, cuando intenté afeitarme con la maquina eléctrica dado que llevaba casi 24 horas desde la partida de Armenia me lo impidieron y como no paraba de rezongar mi hijo que es tradicionalmente calmo le gritó en castellano porque no callaba.
Paró el omnibus y se no vino, no nos amilanamos y le hicimos frente, le mostré la afeitadora que desconocía y le dije que el también se afeitara, reculó y volvió al volante, pensé que en cualquier momento si se dan cuenta de mi origen armenio me depositan en la ruta.
A partir del desencuentro la moza de abordo nos empezó a tratar con especial deferencia, por supuesto evitando la observara el chofer, sin embargo esto nos mantuvo alerta lo que nos permitió ver, después de dejar la Cólquida en Georgia, todo el recorrido de una grandiosa autopista que va costeando el Mar Negro, y poder apreciar de primera mano lo que es el calor de sus márgenes cuando descendíamos en las paradas y sentíamos disolvernos en agua.
domingo, septiembre 25, 2016
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