Cuento 3.-El emperador y el viejo sabio
Era el emperador ilustre e ilustrado, descendiente de reyes se había formado leyendo a los escritores clásicos, que le había permitido adquirir un robusto basamento de conocimientos, para acceder a las causas mas profundas e inquirir la información sobre las cuestiones mas dificultosas.
Cómo la información llega a los gobernantes a medida de sus deseos y segun sus conocimientos, le permitía acrecentar su saber y nada o casi nada de los secretos divinos y humanos le era desconocido, antes bien, su saber superaba a la suma del de su pueblo.
Tanto conocimiento tenía perplejo a sus asesores, quienes al pretender instruirlo eran sorprendidos al ser corregidos sobre sus errores, no antes sin guardar en su memoria en forma reservada lo que había escuchado que asimilaba a partir de metáforas que le había transmitido el interlocutor sin saberlo y servía al emperador para su propio entendimiento.
Resolvía las cuestiones que se le traían en forma casi inmediata, siempre con una alternativa diferente a las opciones que le planteaban sus asesores, quienes con desconocimiento se la transmitían indirectamente a través de sus postulados.
Parte el emperador, casi un dios, a recorrer sus dominios, todo el entorno se acomodaba a su paso, en el cielo las aves y los propios brutos de su carruaje marchaban al ritmo de su pensamiento, ensimismado en sus pensamientos recibía del entorno la evidencia o corrección de sus análisis, de dimensiones tan extraordinarias que alcanzaban los límites de la existencia del cosmos sobre el cual tenía alternativas para plantearle de los dioses correcciones varias.
Detenido el cortejo en uno de sus pueblos de su dominio toma noticia de la existencia de un viejo hombre inmensamente sabio.
Como no podía ser de otra manera pretende el emperador medirse con ese hombre para mensurar hasta donde alcanzaban sus saberes, por lo que invita traigan ante su presencia a tan profundo hombre autodidacta que logro perforar los mas arcanos misterios de la sociedad y la naturaleza valiéndose sólo de su profunda perspicacia.
Llega ante el emperador el sabio de periferia, desdentado, ligeramente encorvado, entrado en años, pelo y barba hirsuta y cana, cubierta su cabeza con gorro frigio, bombacha turca de características similares a usadas en la región del plata a las que fueron traídas por los comerciantes ingleses como rezago de las usadas por los turcos en la guerra de Crimea.
Se presenta con sublime humildad ante la autoridad, como sólo saben hacerlo los sabios, descendientes de hititas, conocedores de los peligros que implica mal disponer a la autoridad y preguntado si desea contar con un traductor con voz casi inaudible contesta que para él no era necesario.
Ante ello el emperador, que no podía ser menos, expresa voluntad coincidente de no valerse tampoco de un traductor y con actitud soberbia traza una circunferencia con su bastón de mando en el suelo arenoso del anfiteatro del encuentro y ceremonioso le entrega el bastón al invitado, quien titubeante lo toma y traza una recta que divide el circulo en dos partes iguales y le devuelve el bastón al monarca, quien traza un nuevo círculo en el piso entregando nuevamente el bastón al anciano, quien en esta oportunidad señala un cuarto del círculo.
Satisfecho con la respuesta el emperador muestra con gestos de asentimiento la satisfacción de las respuestas obtenidas y expresa a sus cercanos que evidentemente estaba frente a una persona muy sabia, que preguntado cómo estaba formado el mundo, había contestado la mitad es tierra y la otra mitad aire, y preguntado cómo estaba formada la tierra, había dicho un cuarto es tierra y tres cuartas partes agua.
Mientras el viejito también satisfecho mientras se retira le comenta a los paisanos que lo acompañaban que el emperador le había presentado una bandeja de pasclava y quería conocer cuánto de ella era capaz de comer a los que expresó que la mitad y en segundo lugar le trazó una bandeja más grande por lo que señaló se animaba a comer un cuarto de ella.