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sábado, enero 08, 2011

DE MI LIBRO CUENTOS DE MI ABUELO

Cuento 1.- Las mujeres del labriego
El Rey era piadoso, equilibrado, justo, procuraba la virtud a pesar que ante cada decisión se le presentaban alternativas reñidas con la justicia, que desechaba inmediatamente, conocedor que en el ejercicio del mando no existen limitaciones y aunque injustas las circunstancias se acomodarán de tal forma que terminen luciendo apropiadas, pero como sabe que en su interior nunca serán aceptadas disciplinaba a los dioses al elegir la alternativa ejemplar.

Había salido esa mañana a transitar por tierras de sus dominios y lo sorprende la figura de un agricultor con estampa de guerrero que roturaba la tierra con un arado de mancera y que cuando completaba el surco de ida y vuelta , permitía a su caballo tomar un resuello mientras él por su parte comenzaba a bailar, tal expresan los pueblos de su reino su estado de felicidad.

Convoca su majestad al súbdito al que indaga sobre la causa de su contento, quien responde su dicha obedece a las excepcionales calidades de su mujer, quien al regreso del trabajo le recibe con dulces y suaves palabras, besos y abrazos en reconocimiento del esfuerzo de su labor, prepara una fuente de agua caliente, le lava los pies, le sirve la comida de su preferencia y le prepara la cálida cama para el reposo y regocijo.


Sorprendido y en la profunda inteligencia que caracteriza al gobernante, a pesar de su proverbial actitud virtuosa no pudo resistir a la tentación por lo que el rey le propone un canje de su talentos a esposa por tres de la suyas, con la advertencia que cada una de ellas tiene un defecto, ladrona una, buscona otra y caprichosa la tercera.

Acepta el agricultor la oferta, seguro de sí mismo que logrará disciplinarlas, de tal forma que si es tan feliz con una cuanto más lo será con tres.

Transcurrido el prudencial tiempo que exige la circunstancia, el rey se acerca subrepticiamente al fundo y oculto detrás del follaje contempla que el agricultor ahora bailaba en cada extremo de la chacra, al no poder dominar su instinto humano de curiosidad, tan impropio para un monarca, se acerca y nuevamente lo interpela sobre los fundamentos de su alegría que hacía duplicase sus bailes.

Responde el labriego, que efectivamente era inmensamente feliz con dos de las mujeres, a la ladrona la curo diciéndole que todos los bienes de la casa a partir de ese momento eran de su propiedad por lo que mal podría robar lo suyo tal como Creso dijo a Ciro:” ¿Qué hacen tus soldados?”. Ciro le contestó: “Saquean tus tesoros, Creso, porque han vencido.”. Y Creso, sabiamente, le dijo: “No, Ciro, saquean TUS tesoros, pues ahora todo lo que hay en Sardes te pertenece.”. Ciro dio orden de detener los saqueos y destrucción de inmediato, y de este modo, Creso salvó a su amada Sardes.
A la cortesana, la autorizó a dar rienda suelta a su instinto pero debía salir y entrar por el fondo de la casa, autorizada perdió para ella el atractivo del engaño, por lo que se reconstruyó como una fiel y cálida amante.
Que paso con la tercera, pregunta el rey.

La caprichosa no tiene compostura posible, junto con las otras dos la tiramos a un pozo de agua, quien mientras se ahogaba y como no podía hablar continuaba mostrando su manía y desvarío mediante señales.

Lo acontecido entre la mujer talentosa y el rey es una segunda parte de este cuento que nunca fue contada y mucho menos escrita.

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