Era un abogado recién recibido y me desempeñaba como secretario de conciliación en el Ministerio de Trabajo de La Nación. Mi trabajo consistía en buscar arrimar a las partes enfrentadas por una cuestión laboral procurando de tal manera alcanzar un acuerdo laboral entre las partes.
El conflicto en el caso que nos ocupa, se había desatado como consecuencia de un paro de actividades iniciado por un sector de obreros independientemente de la entidad gremial que buscaba en cierta forma dejar descolocada a la misma ante los empleadores y el resto de los obreros.
La entidad gremial pretendía quebrar la medida de fuerza y la reiniciación de las actividades laborales que eran resistidos por un grupo de seis obreros que participaban activamente en la audiencia de conciliación mostrando una férrea voluntad en contrario, mientras el abogado del gremio hacía todo tipo de peripecias con argumentos hábilmente introducidos sin lograr reducir a los rebeldes.
En determinado momento, y en medio del fragor de los dimes y diretes, el abogado despide un sonoro gas que paraliza a las partes para desatar a continuación una risa festiva de los rebeldes de tal entidad que desconcentrados de sus objetivos primarios se sintieron cómplice del profesional aceptando casi de inmediato sus consejos y tal forma alcanzar el acuerdo laboral tal como el mismo lo aconsejaba.
martes, marzo 20, 2012
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