Transcurrían los primeros años de la década del setenta, el proceso militar gobernante presentaba su intención de pasar a retiro y permitir una salida democrática a través de elecciones.
El peronismo era un partido proscripto y mucho más su jefe el general Juan Domingo Perón, estigmatizado a tal extremo que los diarios y demás publicaciones lo nombraban con eufemismos. Ergo la juventud estaba totalmente peronisada más por rebeldía que por convicción.
Existía una efervescencia extrema en los ámbitos universitarios, partícipes algunos, simpatizantes otros de las diferentes organizaciones guerrilleras que ya operaban en el país.
Yo había sido el presidente del centro de estudiantes del colegio secundario, aclaro, casi ingenuos sin ningún tipo de orientación política, absolutamente orientados a los asuntes propios del estudiantado, pero llegaba la universidad con el mismo impulso, que un compañero de algunos años mayor me había frenado, “en la universidad nada de política, se viene a estudiar” me dijo y le hice caso.
Salvo, el hecho que paso a relatar, en oportunidad de una asamblea en el aula magna de la universidad, que se había convocado no se a partir de qué hecho, oportunidad en la cual intervine dirigiendo la palabra, sin recordar lo que dije, pero ciertamente deben haber sido una sarta de pavadas a resulta de la cuales el día siguiente llega a mi departamento un compañero casi ciego, que por una paradoja de la vida era de apellido Miranda, quien me invita a conversar con un amigo.
Allí fuimos, un departamento típico de estudiantes, con muebles mínimos, en un primer piso, interlocutor mas pordiosero que estudiante, copa servida y botella de ginebra a su lado, que se explayó ex cátedra sobre su visión política del momento y sobre la necesidad de prepararse para el enfrentamiento armado en caso de que no se le permita al general Perón presentar su candidatura, algo que era evidente ocurriría.
Señalé al respecto, que entonces se procuraban excusas para guerrear, por lo que poco más duro la conversación y emprendí el retorno, no recuerdo si Miranda me acompañó.
Mi amigo tenía razón, y cuando ingresó mi hijo a la Universidad le transmití la misma enseñanza, estudiar y aprender, política nada. Graduado cum laude constituye un orgullo ilimitado para este padre. Mas adelante tendrá sobrado tiempo para la política.
sábado, abril 07, 2012
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