Presto en la mañana de Milano salimos con la idea fija de
visitar las Galleria Vittorio Emanuele II, un verdadero templo del refinamiento,
catedral del lujo donde los visitantes no pueden menos que sentirse
transportados por la atmósfera por donde han transitado todo el mundo
respetado y respetable de los últimos ciento treinta años.
Perfectamente descripto por Vicente Blasco Ibañez, en la
novela “Entre Naranjos”
Que puede sentir un sudamericano que para participar del
ágape de la visita debió viajar largas horas en el abigarrado cartucho que
constituyen los actuales medios aéreos.
Ya habíamos pasado por la Piazza di Duomo, otro tanto en la piazza della Sacala , a ambos extremos, comprado los suvenir y a modo de despedida decidimos tomar el clásico
café expreso a la italiana en uno de los bares centrales de la galería, tal nos
habíamos acomodado, cuando sorpresivamente inmediatamente a mi frente se
instala un matrimonio musulmán el hombre
con vestidura occidental pero la mujer cubierta de negro con el bozal negro de
cowgirl de desierto (niqab).
No quiero ser irrespetuoso, pero es menester hacer conocer el desagrado que produce a un
argentino, que en suelo italiano tiene que presenciar como se priva a la mujer de exhibir sus encantos, su gracia, su
charme y al ocasional observador obligarlo a soportar el desagradable espectáculo de ver las peripecias que debía
realizar la oscura dama para introducir los alimentos por debajo del velo.
El espectáculo final me ahogó el momento.
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