Los conozco desde siempre, persona de mi mayor confianza, estudioso, inteligente, observador, que lee entrelineas y ve mas allá, en las profundidades, detrás del telón, en fin, un grande en todos los sentidos.
Con él habíamos discurrido sobre la existencia de seres invisible, digo por invisibles, refiriéndome a aquellos que no se muestran y que no sabemos sus características así como de naves de origen desconocido que surcan los cielos de mi pueblo, a veces en solitario y otras en formación, sobre los que evidenciamos coincidencias extremas.
Este otorgaba a ellos cualidades sorprendentes antes algunas por saberlas y otras por presumirlas, no sabía sin embargo si eran moradores a perpetuidad en el medio aéreo o sólo circunstanciales navegantes en la atmósfera terrestre.
Una noche, me dijo, “no hace mucho, después de contemplar la flota en uno y en otro sentido, al paso de uno de ellos en la firme convicción que no podían oírme pero si captarme mi pensamiento, le dije en mi cordobés básico “HACEME UN GUIÑO BARÓN”, y transcurrido unos dos o tres segundos, estimo el tiempo necesario para decodificar el pedido, observo sorprendido como la nave transforma su débil luz en un reflector potente, para volver nuevamente a la posición anterior, tal como realizan los automovilistas cuando viajando con luz baja, hacen el guiño con luz alta.”
YO LE CREÍ, como si yo mismo lo hubiese visto.
La historia parecía terminada, pero en el día de ayer la esposa del visionario se me acercó para relatarme que si bien no lo había solicitado ella también había tenido un guiño de los amigos desconocidos, diferente por cuanto no había percibido con anterioridad la existencia de la nave, sino que mientras contemplada el cielo con su marido se encendió sorpresivamente una luminaria para apagarse dentro de los tres o cuatro segundos. En esta oportunidad ambos la vieron.
También les creí.
martes, enero 31, 2012
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